Opinión | Spice Girls, el Miedo y la Heteronorma

Por @ozóniko

Tenía 13 años cuando Wannabe de las Chicas Picantes explotó por el mundo, el Girl Power se tomó el planeta y ante una incipiente internet los medios sólo hablaban de estas 5 inglesas que parecían salidas de una tira cómica. Pero lo que me pasó con Spice Girls fue más que el impacto de un fenómeno de masas con sabor a chicle; fue la primera vez que me permití abandonar la culpa de escuchar música de niñas y asumir desde mi precaria colitud que tenía derecho a escucharlas, bailarlas y contarle al mundo que las amaba.

¿Por qué? Porque quería. Lo disfrutaba. Y tenía demasiadas ganas de hacerlo.

¿Cuántas veces antes escuché a Xuxa, Nubeluz o Nicole con la culpa de hacer algo prohibido por la heteronorma? A los 5 años la culpa es tan grande como el futuro y el miedo es tan paralizante como doloroso. Pero a los 13 años decidí que con las Spice Girls no cabía espacio para más culpa.

Viviendo en un clóset provinciano y tan oscuro como mis miedos; poner el cassette de Spice en el auto familiar al ir al colegio (y volver) era un acto de afirmación y valentía ante la emergencia de ese yo cola que se negaba a expresarse libre y alegremente.

El miedo del clóset y su antinatural heteronorma es tan duro que te cambia por completo y para siempre. Te construye un universo de bondad y maldad en el que siempre estás en el lado equivocado y oscuro de la historia. Es tan triste crecer encorsetado a una estructura que te maltrata u omite por ser quien eres; que los escapes cotidianos son fiestas para un ego constreñido.

Hoy siento que no habito un clóset como en 1997; mientras esperaba ansioso el Spice World en la disquería del barrio. Pero habito un modo de ser lleno de manías y miedos ante mi yo y lo aceptable que puedo llegar a ser ante los otros.

Porque llevar el cassette de las Spice Girls al colegio era no solo una acción afirmativa de mi yo cola; era una provocación a los machitos colegiales que pensaban que podían burlarse de ti en público y en privado por escuchar música de niñas. Esa violencia sistemática y sostenida en el tiempo es una herida que tal vez nunca sana y recrudece cada tanto en medio de los desafíos de ser quien eres hoy día.

Cuándo pedimos educación no sexista y derechos para la comunidad LGBTI+; lo hacemos porque sabemos que la violencia cotidiana daña nuestro habitar cotidiano y sus expresiones identitarias. Los discursos de odio deben ser erradicados y reeducados no porque queramos imponer una «ideología» particular a la población; deben ser erradicados porque hacen daño, torturan y lesionan a quienes nos levantamos desde una vereda diversa y no hegemónica.

Hoy 20 años después sigo vacilando cada uno de los himnos de las Spice Girls como cuando tenía 13 años. Y no es por la perfección de sus acordes o sus letras de liberación, goce y autoaceptación. Lo hago porque me recuerdan que aún en la oscuridad más densa y peligrosa de ese clóset era posible bailar y cantar a pesar del miedo de ser quien eres; dejando el corazón en la pista de baile y soñando con un día libre de violencia para ti y todos tus compañeres.

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