Por @francoinvierno
Heteros, gays, bisexuales y transexuales. Hace muchos años, las cuatro naciones vivían en armonía, pero todo cambió cuando la nación heterosexual atacó.
Luego de ser expulsados del mundo real –desde las miradas hasta el asesinato– los gays tuvimos que buscar nuestros propios espacios, y en más de una ocasión, inventarlos de la nada. Así es como establecimos nuestra villa en internet. ¿Y la capital? Grindr. Nos guste o no, la aplicación se convirtió en nuestra meca, una ciudad en la que todos nuestros caminos se encuentran ya sea para quedarse unas cuantas noches, o para fundar en ella nuestra nacionalidad. Hasta ahora. Nuestros amigos y amigas heterosexuales se dieron cuenta que bajo tierra existía un sistema de alcantarillado, y que ahí, entre las sombras, circulaba nuestro deseo con libertad. Entonces hicieron unas cuantas visitas, experimentaron qué era el anonimato desde el más puro privilegio y al final corrieron la voz. Así fue como, no conformes con el mundo, los heteros se tomaron Grindr.

Hoy en día la aplicación está convertida en la zona franca de las drogas. Y está bien, nadie quiere ser el delator que alerte sobre el tráfico que, en un principio, no hacía daño a nadie. Pero la situación se nos fue de las manos. De los 100 perfiles que brinda una suscripción regular, la gran mayoría está ahí para buscar o vender drogas… y es hetero. Y si bien la consecuencia más obvia es nosotros atrapados en el bucle sin fin de la minoría, creo que es necesario que usted, amigo o amiga heterosexual, se percate de las consecuencias políticas que tiene su nuevo lugar de residencia.
La que transcurre ahí afuera no es nuestra historia, no somos nosotros quienes la están escribiendo. De hecho, quienes la están escribiendo se encargan la mayor parte del tiempo de convertirnos en la caricatura de una perversión. Como respuesta, creamos nuestra propia cultura. Inventamos códigos, dibujamos espacios y rescatamos ídolos. Ponemos nuestros bares y escribimos nuestros libros. Literalmente inventamos aplicaciones de celular, no como un capricho, sino como una necesidad. Necesitamos espacios y gente con la que identificarnos. Pero ahora la cultura cambió y estamos frente a algo así como la gentrificación de Grindr. Ya no hablamos de pasivos, activos, versátiles, o si hay lugar o no. Ahora, en la que antes era nuestra casa, se habla de manos, gramos, delivery, frutas y falopa. Los hetero no conocen nuestra cultura e imponen una nueva, y ahora, resulta que Grindr es esta fiesta en la que no conocemos a nadie.
Mientras tanto, ellos se ven en la obligación de puntualizar: No estoy ni ahí con los gays. Estoy aquí buscando mano. Sólo quiero que se saquen uno. Mujer hetero intercambiando fotos.

No nos engañemos. Los heteros no venden drogas en Grindr porque los gays seamos mejores clientes. Están ahí porque nuestra villa es una madriguera de ciudadanos discriminados y la falta de poder, aparentemente, es un escenario ideal para el tráfico. Es nuestra abyección la que los atrae, como si las sustancias ilegales solo pudieran moverse entre personas que también lo son. Los heteros están “jugando” a ser invisibles. Están vendiendo en la pobla porque no pueden hacerlo en la ciudad. Y con ello, están lucrando con nuestra mayor herida: ser ciudadanos de segunda clase.
Con su intromisión, los heterosexuales nos están convirtiendo en un estereotipo que –plot twist– ellos mismos crearon y que día tras día intentamos desmantelar. En el imaginario colectivo existe esta idea de que somos un grupo de criaturas degeneradas y adictas incapaces de formar familias o ser ciudadanos relevantes. Y por eso tenemos que huir a nuestros rincones, porque no somos sujetos de derecho. Y su nuevo emprendimiento, amigo y amiga heterosexual, está reafirmando nuestra condición periférica. Usted, libre pensador, feminista, aliado de la equidad, nos está haciendo un flaco favor metiéndose a nuestra casa para comprar sus drogas.
¿Será necesario explicar lo obvio? Los heterosexuales tienen todo el mundo. Inventaron, literalmente, lo que conocemos como mundo. Tienen toda la tierra para vender sus drogas, para comerse, para culiar, para interactuar, porque okei, son necesidades básicas. Nosotros no. Sorpresa: fuimos relegados del mundo a tal grado que darnos la mano en la vía pública es considerado un acto valiente. Si nos mostramos, la amenaza nos persigue, y esto lo escribo en mayúsculas para dejarlo claro: NO TENEMOS ESPACIOS SEGUROS. Ninguno. Lo que tenemos son espacios menos peligrosos que otros. Así que nos volcamos a internet. No porque así lo quisimos, sino porque usted y su cultura nos obligaron a ello. Corremos peligro en el mundo, por eso construimos esta casa que ustedes se tomaron. ¿Para qué? Para fumarse un pitito.

No sé qué es más problemático. Que los heteros se metan a vender drogas, o que efectivamente hagan uso de nuestras redes para buscar contactos y culiar. El asunto es que los pioneros dieron paso a una nueva oleada de usuarios tan inmersos en la necesidad de “sacarse uno” que ni siquiera han reparado el objetivo de ese espacio. Literal, no lo saben. Y no amigo o amiga hetero, no me venga con el recurso de la diversidad y la inclusión porque ambos sabemos que la edulcorante idea de la diversidad sólo beneficia a la norma como centro de poder. Necesitamos espacios exclusivos –espacios gay o lésbicos o trans- porque el mundo, con toda su tolerancia, nos odia. Yo lo sé, usted lo sabe, todos lo sabemos. Los espacios exclusivos nos mantienen a salvo. Y no somos heterofóbicos cuando no lo dejamos ser el centro de nuestra fiesta.
Si usted está en Grindr, amigo o amiga heterosexual, no es nuestro aliado. Y créame que hoy en día los necesitamos más que nunca. Su gesto no es casual y tiene consecuencias. No me mal entienda, no le estamos expulsando de nuestra cultura porque, dios santo, qué sería de nosotros sin mujeres fuertes con las que identificarnos, y al fin estamos contemplando el surgimientos de hombres que no quieren ser unos prehistóricos. Pero ya peleamos bastante para ganarnos un punto en esta geografía y ahora resulta que tenemos que hacerlo en nuestra propia casa. Usted nos está quitando nuestro único espacio, y con ello nos está haciendo desaparecer del mapa, un gramo a la vez.

